Asia Azahara Ait Idir Lahuerta 3ºB
El pasado 4 de octubre algunos de los alumnos del instituto tuvimos la oportunidad de ir a ver el ensayo de la ópera RINALDO
Rinaldo, la primera ópera inglesa de Händel, fue un gran éxito desde su estreno en el Queen`s Theater de Londres en 1711. La historia de amor de los protagonistas, Almirena y Rinaldo se desarrolla en Tierra Santa, durante las cruzadas. Händel, fiel a los artificios del teatro barroco, nos sumerge en un mundo fantástico gobernado por la maga Armida.
La función causó un gran asombro, y no hablo solo por mí sino por la gran mayoría de los compañeros que me acompañaron durante la representación.
Cuando me topé caminando por la calle con el cartel que anunciaba la ópera, con el nombre del autor escrito debajo, me imaginé una ópera al estilo Barroco, cargada de oscuridad, de carácter lúgubre, creando un ambiente de suspense, rozando la tenebrosidad. Supuse que se llevaría a cabo en un escenario con una acumulación excesiva de ornamentación. De ahí mi sorpresa cuando vi 5 cámaras apuntando hacia un escenario vacío, sin mayor adorno que una pared azul y lisa.
Mi sorpresa se mantuvo durante toda la obra. Observaba atónita cómo las cámaras grababan en directo a actores disfrazados como si se encontraran en una película de Hollywood con poco presupuesto.
Encima del “escenario” en el que los actores cantaban, se encontraba una pantalla en la que se veía a dichos actores desde las distintas cámaras y con un fondo que variaba según la situación. El fondo se componía de animaciones que se repetían en bucle hasta el final de cada escena, me recordó más a una improvisación que a una obra preparada.
A parte de todo lo que ya os he contado, esta ópera cuenta con una novedad, actores sin rostro. Cada vez que se añadía un nuevo elemento al pobre escenario, los encargados de trasladarlo eran personas cubiertas por una tela del mismo color que la pared por lo que en la pantalla no parecía que hubiera nadie. En cambio, desde las butacas del patio apreciábamos perfectamente los contornos de las personas que se ocultaban tras estos trajes tan extraños.
Obviando todo lo relacionado con el escenario y con el intento de modernizar lo inmodernizable, los actores realizaron una actuación sublime y la orquesta que les acompañaba cumplió con su cometido a la perfección.
En conclusión, el viernes pasado presenciamos cómo una obra cumbre de la ópera era traída al siglo XXI de una manera poco convencional que pretendía ser innovadora y que terminó en algo poco mejor que un fracaso.